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El rol del juego en tiempos de guerra y encierro

Cuando todo parece perdido, el ser humano busca refugio en lo más simple, ya sea una conversación, una canción… o un juego. A lo largo de la historia, los juegos (incluso los de azar) han sido mucho más que entretenimiento. En campos de concentración, trincheras, prisiones y exilios, jugar fue una forma de resistir, de conservar la mente activa, de recordar que aún se está vivo.

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Durante la Segunda Guerra Mundial, en campos como Auschwitz o Dachau, los prisioneros organizaban juegos rudimentarios con lo poco que tenían: piedras, papel, madera. Aunque los juegos de azar estaban prohibidos, se improvisaban partidas clandestinas de cartas o dados, no era por dinero, sino por buscar una forma de distraerse del infierno que estaban pasando.


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El historiador Terrence Des Pres documenta cómo el acto de jugar ayudaba a mantener la cordura, en medio del horror, el juego ofrecía estructura, reglas, algo que dependía de ellos, era una forma de recuperar el control, aunque fuera de una forma simbólica.

Las trincheras y los dados: soldados que apostaban entre bombardeos



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En la Primera y Segunda Guerra Mundial, los soldados jugaban cartas, dados y versiones simplificadas de póker entre combates, en las trincheras, donde el tiempo se estiraba entre ataques, el juego se volvió una distracción, apostaban cigarrillos, raciones, objetos personales.



El juego no solo distraía, también lograba fortalecer vínculos y permitía que los soldados se vieran como personas, no solo como piezas de guerra, en muchos casos, los dealers improvisados eran soldados con experiencia en casinos, que replicaban el ambiente para aliviar el estrés colectivo.


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 Prisiones y juegos como una forma de identidad



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En cárceles de todo el mundo, los juegos de azar han sido parte de la cultura interna, desde dominó hasta póker, pasando por apuestas sobre peleas o resultados deportivos, el juego se convierte en lenguaje social. En prisiones mexicanas, por ejemplo, se han documentado sistemas de apuestas organizadas que funcionan como microeconomías internas.


Más allá del riesgo, el juego en prisión permite a los internos reconstruir jerarquías, negociar respeto y mantener la mente ocupada. El dealer, en este contexto, no es solo quien reparte cartas, sino es quien mantiene el orden, quien da sentido a la espera.

Exilio, migración y el juego como memoria



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En comunidades migrantes, especialmente aquellas desplazadas por conflictos, los juegos tradicionales (incluidos los de azar) se convierten en puentes con el pasado. En campos de refugiados, se han registrado partidas de cartas que replican juegos típicos de sus países de origen, no se juega por dinero, sino por pertenencia. El juego, en estos casos, es acto de memoria, reunirse a jugar es recordar quién se era antes del desplazamiento y es resistir al olvido.

Des Pres, T. (1976). The Survivor: An Anatomy of Life in the Death Camps. Oxford University Press.

Miller, J. (2010). Gambling in Prison: Culture, Control and Resistance. Journal of Criminal Justice, 38(4), 703–712.

Wikipedia. (2025). Games in war and captivity. Recuperado de https://en.wikipedia.org/wiki/Games_in_war_and_captivity

 
 
 

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