La sonrisa obligatoria
- Leonardo Castillo
- 23 jul
- 2 Min. de lectura

A veces me pregunto cuántas sonrisas reales vemos al día y cuántas son solo una especie de uniforme invisible, como una máscara que se pone para aguantar.
En los casinos, en atención al cliente, en restaurantes, en tiendas, la sonrisa es parte del trabajo. Te la piden sin decirlo y aveces te la exigen. “Buena cara, buena actitud”, porque el cliente no tiene la culpa, ¿no?
Sonreír con el rostro, llorar con el alma
La sonrisa falsa no es solo un gesto, es la energía emocional que se gasta, fingir alegría, cuando no la sientes, desgasta el doble que estar triste. La psicología lo llama disonancia emocional: cuando lo que sientes no se alinea con lo que debes mostrar. Y eso, a largo plazo, pasa factura: fatiga emocional, estrés crónico, irritabilidad. Como una olla de presión sin válvula, porque en algún punto, explota o se apaga.
Tal vez no se trata de justicia, sino de exigencia social, nos han vendido que una sonrisa siempre es buena, pero también puede ser una prisión silenciosa, sobre todo si no te dejan bajarla ni un segundo. ¿Es justo tener que sonreírle a un cliente grosero? ¿Aguantar con buena cara que alguien te hable mal? ¿Mostrar felicidad cuando te duele el pecho?

¿Hay una alternativa?
Se llama humanidad, no se trata de ir con cara larga todo el día, pero sí de permitir que las emociones sean reales, no forzadas.De crear espacios donde no siempre tengas que actuar. Donde puedas decir “hoy estoy mal”, sin que eso signifique perder el trabajo.
Los mejores ambientes laborales no son donde todos sonríen, sino donde todos se sienten seguros de dejar de hacerlo cuando lo necesitan.

Si alguna vez sentiste que te dolía la cara de tanto fingir… no estás solo.Y si alguna vez rompiste
la sonrisa por unos segundos y respiraste profundo, eso no fue debilidad: fue honestidad. Fue humanidad.
Porque a veces, la sonrisa más valiosa… es la que nace cuando nadie la está obligando.







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