¿Puede un dealer desconectarse del juego?
- Leonardo Castillo
- 14 sept
- 2 Min. de lectura

Hay manos que reparten cartas sin esperar nada a cambio, manos entrenadas para moverse con precisión, sin temblar, sin dudar, sin sentir. El dealer vive entre luces artificiales, fichas que suenan como promesas, y miradas cargadas de deseo, pero él no juega, solo observa. ¿puede alguien vivir rodeado del juego sin jugar?
La rutina como un escudo emocional
Cada turno comienza igual: saludo neutral, baraja impecable, movimientos repetidos hasta la perfección. Profundizando, la rutina no es solo parte del trabajo, es una armadura, pues en un entorno donde las emociones fluctúan como el valor de una apuesta, el dealer se aferra a la repetición para no hundirse en la marea. Cada gesto aprendido, cada frase automática, es una forma de mantenerse a flote... pero incluso la rutina más sólida tiene grietas.

Una mirada perdida, una mano temblorosa, una ficha apostada con desesperación, pueden atravesar el escudo, y el dealer, aunque no pueda intervenir, siente. Porque detrás del rol, hay una persona que también ha vivido pérdidas, riesgos, esperanzas.
La desconexión como mecanismo de defensa

Estar expuesto al juego sin participar genera un tipo de desgaste difícil de nombrar, no es físico, no es inmediato, pero se acumula, el dealer presencia historias que se desarrollan en minutos: el triunfo inesperado, la caída estrepitosa, la negación persistente, y, aunque su rostro permanezca neutro, su mente registra cada escena.
Este desgaste no siempre se nota, no hay aplausos ni consuelo para quien sostiene el sistema sin protagonismo, pero con el tiempo, el dealer puede empezar a ver el mundo como una mesa de apuestas: decisiones rápidas, resultados inciertos, emociones intensas. ¿Cómo no llevarse algo de eso a casa?
Para sobrevivir emocionalmente, muchos dealers desarrollan una desconexión interna, aprenden a mirar sin involucrarse, a escuchar sin reaccionar, a estar sin estar. Es una forma de protegerse, de no absorber cada historia que pasa frente a ellos, pero esa desconexión también tiene un costo que puede volverse hábito, puede extenderse más allá del casino.
¿Y si un día el dealer ya no logra conectar con nada? ¿Si la neutralidad se convierte en indiferencia? ¿Dónde está el límite entre protegerse y apagarse?


Desde su posición privilegiada, el dealer se convierte en un observador de la naturaleza humana. Ve cómo el dinero transforma conductas, cómo el azar revela verdades, cómo la esperanza puede ser más fuerte que la lógica, aprende que todos, en algún momento, apuestan algo: tiempo, amor, orgullo, sueños.
Y quizás, en ese aprendizaje silencioso, el dealer se conecta con el juego de otra forma, no como jugador, sino como testigo, no como protagonista pero si como espejo.







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